México, el ombligo de la nueva globalización

México tiene frente a sí el potencial de colocarse en el centro de una nueva globalización que se configura a partir del reacomodo de las cadenas de producción. Parte de las cadenas globales que definieron el sistema económico mundial en los últimos cuarenta años se transforma hoy en cadenas regionales. Este hecho por sí mismo representa oportunidades para México, las cuales se acrecientan si consideramos el marco de integración económica norteamericana que aporta el TMEC y la tradición industrial exportadora del país con sus activos institucionales, inmobiliarios y de talento humano.

La migración no es el problema

Uno de los prejuicios más arraigados entre los sectores conservadores de EEUU es que la inmigración es una de las principales amenazas externas para el país, el cual es una víctima sin ningún grado de responsabilidad con el único pecado de ser muy atractivo para los habitantes de otras latitudes. Quienes defienden esta visión pasan por alto que EEUU es tal vez la nación que más provecho ha sacado de la inmigración en la historia reciente del mundo.

Fin de pandemia, fin de época

La pandemia de Covid-19 forma parte de una serie de acontecimientos que marcan el fin de una época y el comienzo de otra que aún no se termina de configurar. Con todo y lo sorprendente que nos ha parecido la pandemia y los matices novedosos que contiene, no es la primera vez que el mundo experimenta una secuencia de sucesos que representan los síntomas de la muerte de un viejo orden mundial y el surgimiento de uno nuevo.

En los rieles de la integración norteamericana

A largo plazo, la tendencia más relevante es la consolidación de la integración económica en los tres bloques regionales que dominan el mercado internacional: Asia-Pacífico, la Unión Europea y Norteamérica. Una infraestructura vital para la integración es el ferrocarril que, como hace poco más de 100 años, se vuelve protagonista en el transporte de insumos, bienes y personas.

Las ambiciones de la Francia de Macron

El planteamiento que ha hecho el mandatario galo a su homólogo chino, Xi Jinping, es una vía de ida y vuelta: que China persuada a Rusia para que se siente a negociar la paz con Ucrania, frontera oriental de la Unión Europea, a cambio de la autonomía estratégica de Europa respecto a los intereses de Estados Unidos en Taiwán y la región Indo-Pacífico.

China y el juego de las hegemonías

China intenta posicionarse en el mundo como una potencia de primer orden, no sólo en los planos económico y tecnocientífico, sino también en el político. Al gobierno de Xi Jinping le interesa mostrar a Estados Unidos como una hegemonía desgastada y anacrónica que trata de imponer su visión unilateral al resto del orbe. ¿Para qué? ¿Para construir una hegemonía?

¿Tenemos un futuro?

Parece una norma histórica: siempre que una crisis general anuncia el cambio de época, el escepticismo hacia el futuro crece. Lo estamos viviendo hoy. El cúmulo de infortunios que observamos en nuestra civilización global lleva a algunos a plantearse la pregunta de si tenemos un futuro.

¿Qué sigue tras la hegemonía estadounidense?

En los 90 no existía ya ningún poder cercano a rivalizar o competir con Estados Unidos. Treinta años después, el mundo es otro y se encuentra en plena transición. Con todo y la fuerza que aún conserva, EEUU ha visto decaer su hegemonía en medio de la irrupción de nuevos poderes que ya no comparten la visión global de Washington.

Alguien se equivocó con China

El ascenso de China es el gran fracaso del eje Washington-Nueva York-Londres-Bruselas. Occidente creyó que, con el crecimiento económico y la consecuente mejora del nivel de vida, más temprano que tarde el gigante asiático transitaría hacia la apertura política para convertirse en una democracia liberal.