(Por Arturo González González) Dos tendencias dominan el horizonte de 2025, el último año del primer cuarto del siglo XXI. Una es la geopolítica militarista. La otra, la defensa geoeconómica. Con la primera, el mundo experimenta un escenario de inestabilidad y creciente militarización. Bajo la segunda, las grandes fuerzas económicas se reagrupan bajo intereses nacionalistas.
Hoy, mucho más que en el pasado reciente, es de suma relevancia comprender qué son y cómo funcionan la geopolítica y la geoeconomía, y aplicar sus marcos analíticos para entender las dos tendencias explosivas consolidadas en 2024 y que se proyectan sobre 2025.
Geopolítica y geoeconomía
Los conflictos y las tensiones mundiales actuales inducen a pensar que la geopolítica, como práctica estratégica y marco de análisis, está de regreso. Aunque tal vez nunca se fue. Simplemente migró hacia otro concepto, también muy presente ahora: la geoeconomía. Es sintomático que ambos enfoques analíticos surgieron en etapas de transición, como la que vivimos ahora.
Aunque posee antecedentes tan lejanos como Heródoto y Aristóteles, la geopolítica fue bautizada con nombre y apellido en la última etapa de la hegemonía global británica. La geoeconomía nació como concepto en la fase final de la hegemonía global estadounidense.
Rudolf Kjellén acuñó y definió en 1917 la geopolítica como “el estudio del Estado como organismo geográfico o fenómeno en el espacio: el Estado como país, territorio, o más específicamente, como reino”. El contexto internacional estaba marcado por la Gran Guerra propiciada por una desbocada carrera armamentista y una creciente competencia imperialista.
La Enciclopedia Británica define la geopolítica como “el análisis de las influencias geográficas en las relaciones de poder en las relaciones internacionales”. Geografía, Estado, poder, relaciones internacionales: los elementos esenciales del análisis y ejercicio geopolítico.
Hans W. Weigert fue más allá: “el dominio de la geopolítica abarca el conflicto y el cambio, la evolución y la revolución, el ataque y la defensa, la dinámica de los espacios terrestres y de las fuerzas políticas que luchan en ellos para sobrevivir”. Esta frase, escrita en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, conserva plena vigencia.
La construcción del concepto geoeconomía ocurrió al final de la Guerra Fría. Estados Unidos entraba en la fase culmen de su hegemonía. Edward Luttwark aportó el nombre y una definición en 1990: “la geoeconomía… es el mejor término que puedo imaginar para describir la mezcla de la lógica del conflicto con los métodos del comercio”.
Para superar la ambigüedad del término, Robert Blackwill y Jennifer Harris robustecieron el contenido del concepto geoeconomía: “el uso de instrumentos económicos para promover y defender los intereses nacionales y producir resultados geopolíticos beneficiosos”.
En la geopolítica, la defensa es tan importante como el ataque. En la geoeconomía la ofensiva tiene un mayor valor.
Las tendencias de la OTAN
En las últimas semanas ha quedado claro que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se está preparando para la guerra. Y el enemigo es el Eje Moscú-Pekín-Teherán-Pyongyang, la Entente Euroasiática.
En noviembre, durante la Conferencia de Seguridad de Berlín, Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la OTAN, dijo: “las empresas necesitan estar preparadas para un escenario de guerra y ajustar sus líneas de producción y distribución en consecuencia. Señoras y señores: la guerra ha regresado al continente europeo”.
La advertencia de la máxima autoridad militar de la Alianza Atlántica coincidió con noticias de los países nórdicos en donde los gobiernos han actualizado y distribuido entre sus ciudadanos manuales sobre cómo actuar en caso de guerra u otras situaciones de crisis. En los últimos días dos palabras se reproducen con insistencia en medios y redes: guerra mundial.
Hace un par de semanas en Bruselas, Mark Rutte, secretario general de la OTAN, reafirmó como autoridad política lo que la autoridad militar de la alianza había dicho. Inició con Rusia, de quien dijo “se prepara para una confrontación a largo plazo. Con Ucrania. Y con nosotros”.
Continuó con la Entente de Eurasia: “Rusia, China, pero también Corea del Norte e Irán, están trabajando arduamente para tratar de debilitar a América del Norte y Europa, para socavar nuestra libertad”.
Y remató con un llamado a la acción en consecuencia: “es hora de adoptar una mentalidad de guerra y de impulsar nuestra producción y gasto en defensa”. Según Rutte, el objetivo es prevenir una guerra mundial fortaleciendo el gasto militar. Es decir, hacer la paz a través de las armas. Una idea muy parecida a la que tiene el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
¿Es un disparate pensar que el mundo pueda adentrarse en un ciclo parecido al vivido entre 1914 y 1945? Mi reflexión es que ya estamos dentro. Vivimos un nuevo proceso de crisis global multifacética. Un tortuoso cambio de época. Basta abrir el mapamundi y colocar las tachuelas en los puntos calientes para verlo.
La falla geopolítica de Europa Oriental
Desde Europa Oriental hasta Asia Pacífico se extiende un arco de conflictos y tensiones del que participan de forma directa o indirecta potencias regionales y mundiales. Más o menos las mismas en todos los casos.
El punto crítico en Europa del Este es la guerra de Ucrania, que se encuentra en una nueva escalada debido a la autorización que Estados Unidos y sus aliados dieron a Kiev para atacar territorio ruso con misiles de mediano alcance fabricados en Occidente.
La respuesta de Moscú vino rápido. El Kremlin actualizó su doctrina nuclear para considerar el bombardeo con armas atómicas contra potencias que ayuden a un tercer país no nuclear a atacar Rusia con misiles. En el campo de batalla, el gobierno de Vladimir Putin ordenó por primera vez el uso de un arma hipersónica contra un objetivo en Ucrania.
En la guerra de Ucrania casi todas las líneas rojas se han cruzado. Se trata de un conflicto regional de alcance internacional. Tropas norcoreanas y posiblemente milicias yemeníes hutíes ya pelean hombro con hombro con fuerzas rusas. Bielorrusia, Irán y Corea del Norte brindan apoyo militar y logístico a Moscú. China respalda a Rusia política y económicamente con diplomacia, comercio y suministros.
Del otro lado, sin el apoyo de la OTAN, Ucrania no hubiera podido resistir. La guerra ha entrado en la fase de desgaste, aquella en la que se ensayan acciones más temerarias para alterar el statu quo y en la que los errores de cálculo son más peligrosos. Y alrededor de la guerra de Ucrania orbita una serie de tensiones que complejizan el escenario en Europa.
Dos cables submarinos de fibra óptica que comunicaban a Lituania y Suecia y a Finlandia y Alemania, fueron cortados deliberadamente en un acto que los países afectados han calificado como sabotaje. Las sospechas principales caen sobre dos actores: Rusia y China. Lituania ha expulsado ya a tres diplomáticos chinos y Alemania ha denunciado públicamente actos de “guerra híbrida” por parte de Moscú.
Mientras tanto, en otras zonas del espacio exsoviético se libra una batalla política por el control gubernamental entre fuerzas europeístas pro occidentales y facciones ultranacionalistas filorrusas o que ven práctico y necesario mantener la relación con Moscú. Moldavia, Georgia y Rumania son los casos más recientes.
Y todo esto ocurre en medio de la renovación del mandato de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea más derechista en su historia y con la impronta de reactivar el rearme de Europa frente a la amenaza rusa y ante la posible presión de Donald Trump una vez que asuma por segunda vez la presidencia de Estados Unidos.
Más temperatura en Oriente Medio
La situación no es menos caliente en Oriente Medio. Israel, financiado y apoyado política y militarmente por Occidente, libra una guerra de exterminio contra Palestina y contra el Eje de la Resistencia.
Este último es liderado por Irán y está conformado por grupos extremistas palestinos como Hamás y la Yihad Islámica, milicias libanesas como Hezbolá, los rebeldes Hutíes de Yemen, organizaciones armadas iraquíes y hasta hace poco por Siria.
En Líbano se ha decretado un alto al fuego que no se ha respetado del todo y que lejos de resolver el problema de fondo, será usado por las partes en conflicto para reagruparse. El gobierno sionista de Israel ha dicho claramemte que tiene la mira puesta en el régimen teocrático de Irán y ataca a los rebeldes hutíes de Yemen que tienen en jaque el comercio marítimo en el mar Rojo.
La gran novedad ha llegado de Siria, en donde la guerra civil se reactivó de pronto y en cuestión de días llevó a la caída del régimen de Bashar al Asad a manos de una insurgencia armada liderada por grupos terroristas.
Los grupos extremistas contrarios al régimen de sirio aprovecharon el momento para irrumpir. Rusia, defensora de Al Asad, e Irán, aliado de Siria en el Eje de la Resistencia, se encuentran distraídos debido a los sendos conflictos en los que participan. Lo mismo pasa con Hezbolá, milicia libanesa que fue crucial en el combate a la insurgencia radical en Siria.
Pero también hay causas internas. El avance que logró Al Asad en el control del territorio sirio en los últimos años, gracias principalmente al apoyo de Rusia, no se tradujo en una refundación del estado ni en el fortalecimiento de la base social del régimen. El gobierno era poco más que una fachada.
De momento, el nuevo pero incierto status en Siria beneficia a Israel, el enclave de Occidente en Oriente Medio, que quiere acabar con la influencia iraní en su país vecino. Y a Turquía, que busca crear una zona de amortiguamiento en el norte de Siria para frenar y controlar a los kurdos.
Además de Al Asad e Irán, Rusia aparece como un tercer perjudicado por la rebelión: Siria es el único país del Mediterráneo que alberga una base naval y aérea rusa, vital para la proyección de la influencia de Moscú en África. El Kremlin opera para mantener sus fuerzas aunque el futuro es incierto dado que la guerra civil siria no ha terminado.
No muy lejos aparece China, cuyo presidente, Xi Jinping, recibió a Al Asad en septiembre para apuntalar la reconstrucción de Siria tras 13 años de guerra y establecer una “asociación estratégica” con miras a hacer del país del Levante una etapa crucial de la Nueva Ruta de la Seda. Pekín ahora tendrá que comenzar de cero en Damasco.
Las tendencias apuntan a Asia Pacífico
En la península coreana las tensiones entre norte y sur van en aumento debido a la alianza del líder norcoreano Kim Jong-un con Vladimir Putin y a las amenazas crecientes que intercambian Seúl y Pyongyang. Corea del Sur desplegó aviones caza en noviembre después de detectar aviones de combate rusos y chinos dentro de su zona de identificación aérea.
Además, Corea del Sur, aliado vital para los intereses estadounidenses en Asia Pacífico, enfrenta una crisis multidimensional: política, social y económica. El intento de golpe de Estado del presidente Yoon Suk-yeol, que lo tiene al borde de la destitución, es apenas la punta del iceberg de una sociedad desigual, polarizada, endeudada y en franco retroceso demográfico.
En el caso de Taiwán, las advertencias de Pekín, que reclama el control total de la isla, subieron de tono por la visita del presidente Lai Ching-te a Hawaii y la venta de equipo militar de Estados Unidos a Taipei.
Las fuerzas navales y aéreas chinas han llevado a cabo en las últimas semanas maniobras de advertencia alrededor de la isla con un despliegue no visto hasta ahora. Las tensiones en Taiwán, principal exportador de chips en el mundo, apuntan a convertirse en la falla geopolítica central de 2025.
Más al sur, Filipinas enfrenta una severa crisis política por la disputa abierta entre el presidente Ferdinand Marcos Jr., partidario de trabajar más estrechamente con Estados Unidos, y la vicepresidenta Sara Duterte, proclive al acercamiento con China. La elección entre una u otra potencia provoca divisiones políticas en varios países.
El gasto militar en el rompecabezas
Pero la pieza clave del rompecabezas mundial está en América. Estados Unidos se prepara para la llegada de un Trump recargado. Mientras esto ocurre se abre un impasse que, por lo visto, aprovechan los distintos actores geopolíticos para acomodarse en posiciones de ventaja.
Quien crea que el magnate republicano traerá la paz como él dice, debe pensarlo por lo menos dos veces. Trump quiere que Europa del Este y Oriente Medio dejen de ser una distracción para su país con la intención de enfocarse en lo que más le importa: doblar, a toda costa, a China. Ya lanzó la primera gran advertencia: irá contra los BRICS, liderados por Pekín, si insisten en socavar la hegemonía del dólar.
Dados los movimientos e intenciones de Trump en los últimos días, y las señales que llegan desde Bruselas y Tel Aviv, considero que el futuro presidente de Estados Unidos quiere que los aliados europeos de la OTAN se hagan cargo del frente de Europa Oriental, y que Israel reconfigure la correlación de fuerzas en Oriente Medio. El foco de Washington estará en Asia Pacífico. Geopolítica pura.
Un indicador que muestra con claridad el afianzamiento y la proyección de la tendencia militarista es el gasto en defensa. En 2023 el mundo gastó 2.4 billones de dólares en armar a los ejércitos. Es la cifra más alta desde el fin de la Guerra Fría. Desde 2017, el gasto militar no ha dejado de crecer y romper récords.
En 2024 el presupuesto de defensa global casi llega a los 2.5 billones de dólares y se espera que para 2025 alcance los 3 billones. La OTAN, que aglutina a 29 países de Europa y dos de América, subirá el piso de gasto militar de 2 a 3 % del PIB. Rusia, por su parte, ha anunciado un incremento de casi 30 % en su presupuesto para el próximo año.
Y estoy hablando sólo de presupuestos, falta ver cuánto en realidad terminan gastando con todo y las partidas ocultas que aparecen como gastos en otros rubros, pero que terminan engrosando las capacidades bélicas de los países. Para mí no hay duda: estamos en una nueva carrera de armamentos. Otros países, entre ellos, Estados Unidos, comienzan a migrar hacia una economía de guerra como lo ha hecho ya Rusia.
Pero los objetivos geopolíticos no sólo impulsan el gasto militar, también obligan a reorientar las economías nacionales. Aquí es donde la geoeconomía cobra un nuevo sentido. Y las alianzas o ejes no sólo se dan entre países, sino también entre grandes capitalistas y los gobiernos… como hace poco más de un siglo. “La historia no se repite, pero rima”, dijo Theodor Reik.
La tecnoligarquía al poder político
Cuando el Imperio alemán del káiser Guillermo II se dispuso a competirle al Imperio británico el primer puesto como potencia económica y militar, reclutó al industrial más rico de Alemania: Fritz Krupp. La familia de éste llevaba varias décadas a la cabeza del insumo tecnológico del momento: el acero. Máquinas, ferrocarriles, barcos, artillería… dependían del acero para su fabricación.
Krupp ayudó abiertamente a su amigo Guillermo II a construir una poderosa armada y a equipar un enorme ejército. Gracias a esta alianza entre capital industrial privado y poder político, alimentada de nacionalismo y proteccionismo, el Imperio alemán desafió la hegemonía británica como ninguna otra potencia lo había hecho hasta entonces.
El káiser le pagó a Krupp con creces, incluso permitiéndole entrar en la política. Desde el Reichstag, el magnate del acero impulsó iniciativas para fomentar el armamentismo alemán y, de paso, beneficiar a sus empresas con jugosos contratos bajo la justificación de preparar a Alemania para el inevitable conflicto con Reino Unido. El polvorín estalló en 1914, cuando Gustav Krupp ya estaba al frente de la compañía acerera y cañonera.
Algo muy parecido está ocurriendo con Donald Trump y Elon Musk. Como Krupp en su momento, Musk es poseedor de tecnologías de punta. La movilidad autónoma aérea, marítima y terrestre y la propulsión de cohetes son hoy elementos que pueden marcar la diferencia en la disuasión y el campo de batalla.
La supremacía tecnológica es supremacía militar. Y la llave parece tenerla Musk, el Krupp de Trump. Ya lo había apuntado en otra ocasión: la principal capitalización del dueño de Tesla y Space X está hoy en la geopolítica. Por eso, Musk es un jugador geoeconómico de primer orden.
Es sintomático de esta tendencia que Tesla Inc. haya obtenido su mayor crecimiento de valor en bolsa con el triunfo de Donald Trump el pasado 5 de noviembre. Este hecho político logró lo que no consiguieron la exposición de innovaciones ni el reporte de ganancias de la empresa en octubre.
Hoy Elon Musk, como en el pasado Fritz Krupp, se prepara para incursionar en el poder político como funcionario del gabinete de Trump, junto con una docena de multimillonarios. Esto es más que una alianza entre el gran capital y un gobierno nacionalista.
Si en la era de la hiperglobalización (1980-2020), el poder político se puso al servicio del poder económico para aumentar la rentabilidad de éste, hoy asistimos a la toma del poder público a manos del poder privado en la primera potencia del mundo.
¿Qué obtienen los halcones que llevaron a Trump al poder? Un Estado con capacidades materiales y tecnológicas más grandes y más concentradas para hacer frente a China, un estado cuyo inmenso poder centralizado le reporta una de sus principales ventajas.
A cambio, Trump le ofrece al gran capital los contratos para renovar y crecer las fuerzas armadas. ¿De dónde saldrá el dinero? De los recortes presupuestales que, “casualmente”, Elon Musk, junto con Vivek Ramaswamy, otro multimillonario tecnológico, aplicará desde la cartera que le ha asignado Trump.
Los impulsos de Trump en América
Además de concentrarse en Asia Pacífico para obstaculizar la hegemonía regional de China, en los últimos días Trump ha dado señales de su estrategia en América. Y lo ha hecho con su clásico estilo estridente y desparpajado.
El futuro presidente de Estados Unidos amaga con comprar Groenlandia, hacer de Canadá el estado 51 y recuperar el control del Canal de Panamá. No es que, con Trump, la Unión Americana necesariamente vaya a anexionarse Canadá y Groenlandia o a invadir Panamá. El método Trump de “negociación” es tirar la liga al extremo para jalar al oponente hacia una posición de ventaja sobre él.
Para entender las razones detrás de estas aparentes ocurrencias, debemos trascender la forma e ir al fondo. Y el fondo tiene que ver con la geopolítica y la geoeconomía, las cuales explican la militarización de las relaciones internacionales desde Washington.
A Estados Unidos le urge aumentar su acceso al Océano Ártico. El calentamiento global ha propiciado un deshielo que es una catástrofe medioambiental. Pero ha abierto también nuevas oportunidades de navegación y de explotación de los abundantes recursos energéticos del Polo Norte. Las grandes potencias quieren aprovechar dichas oportunidades y han movilizado recursos militares a esa zona del planeta.
Los países con mayor presencia en el Ártico son: Rusia, con un litoral que abarca el 50 % del círculo polar; Canadá, con un 25 %, y Dinamarca, con Groenlandia, 20 %. La presencia de Estados Unidos en el Ártico apenas alcanza un 5 % con Alaska. Conseguir acceso privilegiado por parte de Canadá y Dinamarca le daría a la potencia americana una presencia similar a la de Rusia.
Además, China proyecta desde hace años la Ruta de la Seda Polar, un corredor de navegación comercial que reducirá el tiempo de traslado entre los puertos chinos y europeos hasta en un 40 %. Para concretar el proyecto, la actual alineación de intereses entre China y Rusia es vital. Y Trump lo sabe.
Por otra parte, Groenlandia es rica en recursos naturales como gas y petróleo, necesarios para apuntalar a Estados Unidos como potencia energética; minerales estratégicos para el desarrollo de la industria tecnológica, y agua dulce, un recurso que en los próximos años se convertirá en el principal motivo de conflictos.
Respecto al Canal de Panamá, desde hace 25 años el país centroamericano tiene soberanía sobre él, misma que recibió de Estados Unidos, principal usuario de la vía con 74 % de tránsito marítimo. Le sigue China con 21 %.
Pero China ha aumentado su presencia en el canal a través de sus empresas que invierten en proyectos de infraestructura. La potencia asiática controla los puertos de Colón y Balboa, dos de los cinco que se ubican en el Canal. Y va por más. El avance económico de China en Panamá es visto por Estados Unidos como una afrenta a sus intereses geoeconómicos y hegemónicos.
Este es el cuadro de la defensa geoeconómica dentro de la nueva geopolítica militarista. Juntas forman el tándem de tendencias que debemos observar en 2025 si no queremos que la realidad nos tome con los dedos en la puerta.