(Por Arturo González González) La nueva era global se asienta sobre tres columnas: Norteamérica, Europa y Asia Oriental. Pero estas columnas acusan fisuras de diversa índole, algunas externas y otras internas. Observarlas nos ayudará a comprender la configuración del orbe que se construye en medio del caos que dejó el viejo orden mundial.
Una rima histórica de 250 años
En octubre de 1781 las tropas británicas encabezadas por Charles Cornwallis se rindieron en Yorktown ante las fuerzas independentistas encabezadas por George Washington. Los colonos americanos tuvieron como aliadas a las tropas francesas oficiales y voluntarias comandadas por el conde de Rochambeau y el marqués de La Fayette.
En Europa, Francia y España habían planeado una invasión a Gran Bretaña aprovechando la revolución de independencia de las Trece Colonias para acabar con la “inflada grandeza de Inglaterra”. La invasión nunca se llevó a cabo y los franceses optaron por apoyar a los colonos en América. En septiembre de 1783, el Reino Unido de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de América firmaron el Tratado de París para poner fin a la guerra.
La independencia de la nueva república se ratificó en enero de 1784 y apenas siete meses después, en agosto, la primera embarcación estadounidense (el Empress of China) llegó al puerto del Cantón. De esta forma, los norteamericanos se sumaron a los contingentes europeos que una vez al año llegaban al puerto contonés para comerciar con el mercader del emperador chino.
En ese entonces el Estado del Gran Qing era gobernado desde Pekín por Qianlong, el sexto emperador de la dinastía manchú. China ya era un inmenso estado territorial habitado por un tercio de la población mundial que, bajo el reinado de Qianlong, vivía un último resplandor de su civilización que evocaba las cualidades que pensadores europeos de la talla de Voltaire, Montesquieu y Hume habían referido del milenario imperio oriental en sus obras medio siglo atrás.
Este cuadro histórico del último tercio del siglo XVIII, época de grandes transformaciones mundiales, nos muestra a una Europa dividida entre el mar y el continente, unos Estados Unidos seguros en sus primeros pasos como país independiente y una China imperial que, si bien conservaba algo de su prestigio y poder, caminaba hacia el aislamiento y la decadencia.
Hoy, casi dos siglos y medio después, esos tres espacios geográficos ofrecen realidades distintas que se unen en un punto: son los actores centrales del concierto internacional en la nueva era global.
Unión Europea: amenazas que desafían y… unifican
La tendencia geoeconómica hacia la fragmentación tiene como protagonistas a tres bloques regionales en competencia: Asia Oriental, Norteamérica y Europa. No obstante, cada uno de ellos enfrenta retos que no debemos perder de vista, porque la manera en la que los resuelvan, o no, definirá el futuro de la nueva era global que está naciendo.
La división y rivalidad endémicas de los imperios europeos condujeron a su autodestrucción, con un impacto planetario, en las dos guerras mundiales del siglo XX. La única forma de superar el desastre y evitar que en el futuro los estados de Europa volvieran a enfrentarse fue crear un esquema de integración política y económica gradual.
La Guerra Fría fue un dique de casi medio siglo que fue superado tras la caída de la URSS, y en 1993, con el Tratado de Maastricht, nació la Unión Europea que hoy aglutina a 27 estados del continente. En un arrebato de neonacionalismo, el Reino Unido dejó de pertenecer a la UE en 2020, situación que puso en jaque al proyecto comunitario europeo, pero que hoy ha adquirido nuevos aires frente a los problemas externos lo rodean.
La primera idea de una Europa unida surgió en 1713 de la pluma de Carlos Ireneo de Saint-Pierre, tras la firma del Tratado de Utrecht que puso fin a la Guerra de Sucesión Española, una guerra dinástica de alcance internacional. En Memoria para hacer perpetua la paz en Europa, el autor habla de la unión de todos los estados incluyendo a Rusia.
Paradójicamente, Rusia se ha convertido en un factor de unión para Europa, pero por razones contrarias a las previstas por Ireneo hace más de tres siglos. La guerra ha regresado a Europa y con el temor a una Rusia que ha invadido Ucrania, en la UE se esparce la idea de que es necesaria una mayor unidad estratégica en el ámbito político y militar, en el cual sigue dependiendo demasiado de EEUU.
No obstante, en lo económico, la UE ha renunciado, al menos en parte, a la ortodoxia del liberalismo que hegemonizó las decisiones hasta 2020 para dar cabida a convenciones geoeconómicas que apuntan hacia la flexibilización de políticas fiscales y la protección de ciertos sectores industriales. Y esto es así porque en Bruselas se han dado cuenta de que el mundo ya cambió: China y EEUU han reavivado el proteccionismo y la importancia de contar con políticas industriales.
Cuando RU se encaminó por la ruta del Brexit, se pensó que la UE caería presa de las fuerzas centrífugas avivadas por el euroescepticismo, el neonacionalismo y la xenofobia, pero la percepción de la amenaza rusa, las crecientes competencia y rivalidad entre EEUU y China y la fragmentación de la economía global, dieron al proyecto europeo nuevos aires empujados por la necesidad de evitar caer en la irrelevancia internacional.
Norteamérica: retos regionales y riesgos internos
Parte de la transición que vive el mundo pasa por la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El crecimiento imparable de China y su consecuente desafío, orilló a EEUU a contemplar un acuerdo que fuera más allá de la disminución o eliminación de aranceles al comercio.
No obstante, el bloque norteamericano enfrenta problemas serios para avanzar en su consolidación y el aprovechamiento máximo de sus capacidades.
Los principales son la mala gestión del fenómeno migratorio, la incapacidad gubernamental de coordinar esfuerzos para acotar el poder del crimen organizado y la desconfianza de ciertos sectores políticos frente a lo que consideran como pérdida de autonomía o intervencionismo.
Pero esto es sólo entre los tres países. EEUU cuenta con sus propios desafíos internos que dificultan su acción dentro de un mundo cada vez más inestable, competido y explosivo.
Desde el nacimiento de la república estadounidense quedó claro que los estados integrantes mantendrían autonomía en aspectos relevantes de la vida de los ciudadanos. Y así fue hasta la Guerra Civil de 1861-1865, cuando comenzó a imponerse una forma de ser del “poder americano”.
Cuando Europa cedió ante el belicismo imperialista y entregó la batuta de la economía mundial a EEUU a mediados del siglo XX, el poder de la república federal creció en volumen y concentración. Sin embargo, hoy se percibe un retroceso en ese sentido, ya que los estados han aumentado su protagonismo incluso en la política exterior, a la par de que crecen sus reclamos de autonomía en decisiones importantes como el aborto, la migración, las elecciones, etc.
Da la impresión de que la convulsión del cambio de época tiene en EEUU el efecto contrario que en la UE: mientras ésta ensaya nuevos caminos de unidad, la potencia americana acusa una especie de fragmentación y dispersión del poder que la limita en su capacidad de decisión y acción.
Y ambos fenómenos son observados con sumo interés en el tercer bloque en cuestión, Asia Oriental, principalmente en China.
Asia Oriental: socios económicos y rivales geopolíticos
En enero de 2022 entró en vigor el Acuerdo de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) que hoy agrupa a 15 países de la región Asia Pacífico, entre los que destacan China, Japón, Corea del Sur, Australia e Indonesia.
El RCEP surge por el impulso del presidente chino Xi Jinping en parte como respuesta a la guerra comercial y tecnológica iniciada por EEUU, y con el ánimo de crear en el nuevo eje económico del mundo la zona de libre comercio e inversión más grande del orbe. Pero las ventajas que se observan en lo económico, se vuelven desafíos cuando hablamos de política y geopolítica.
Aunque China se esfuerza por mostrarse como una potencia emergente pacífica y partidaria de la paz y el entendimiento de los pueblos, la desconfianza hacia ella de países como Japón, Corea del Sur, Australia y Filipinas no disminuye. Al contrario.
Y esto tiene mucho que ver con la estrategia de EEUU de ubicar a Pekín como una amenaza al statu quo de Asia Pacífico, donde hay una importante presencia de fuerzas estadounidenses, principal, pero no exclusivamente, debido a la autonomía de Taiwán.
El reto del RCEP es cómo erigirse en el bloque económico regional puntero de la nueva era global a pesar del choque de intereses geopolíticos de sus integrantes.
Los principales focos de tensión en esa zona del mundo están en la península de Corea, por las fricciones entre Norte y Sur, y en los mares Oriental y Meridional, en donde China mantiene disputas con varios países por el control de las aguas e islas, además de la necesidad de Pekín de establecer el control total sobre Taiwán, lo que llevaría a un probable enfrentamiento directo con Washington.
Entre los tres bloques ocurren hoy las guerras en Europa del Este y Oriente Medio, los conflictos y tensiones en la región del Sahel de África y las disputas diplomáticas en América Latina.
Las columnas de la nueva era global
Para terminar de entender el peso de estos tres bloques, revisemos unos datos.
Por territorio: el RCEP abarca el 15 % de las tierras emergidas del planeta; el T-MEC, el 14.4 %, y la UE, el 3 %. Juntos suman casi un tercio de la superficie terrestre emergida.
En población: el RCEP reúne al 33.9 % de los habitantes del globo; el T-MEC, al 6.2 %, y la UE, al 5.6 %. En total casi alcanzan la mitad de la población mundial.
Y en economía: el volumen del comercio de la RCEP equivale al 31 % del comercio global; del T-MEC, al 28 %, y de la UE, al 21 %. Juntos llegan al 80 % del comercio global.
Una rima del pasado se asoma en el presente. Hace dos siglos y medio, Europa era el nuevo centro de poder del mundo, China la vieja fuerza en retroceso y EEUU el jugador recién llegado.
Hoy, la configuración de la nueva globalización se define otra vez en la relación de estos tres actores, pero ahora en un escenario de bloques regionales en el que Asia Oriental es el nuevo eje económico, Norteamérica el antiguo centro en resistencia y Europa un viejo participante de renovado rostro.
Si queremos entender la transformación del mundo en la nueva era global para tomar mejores decisiones, afrontar los retos y aprovechar oportunidades, ya sabemos a dónde debemos mirar.