La era de la confrontación

Confrontación en Ucrania tras la invasión de Rusia. Imagen de archivo de Crisis Group

Por Arturo González González

Una solución confiable, viable y sostenible nunca surge de los extremos en confrontación, sino del punto intermedio entre ellos. Pero, es cierto, para que haya un punto intermedio, debe haber extremos. Parte del problema radica en anular la toxicidad de los extremos.

La realidad humana es tan compleja que es imposible pensar en una comunidad, ya sea internacional, nacional o subnacional sin disonancias ni alteraciones. Cuanto más empuja un sector social hacia un extremo del espectro de la realidad, más extrema será la reacción del opuesto.

Pero la solución no está en este extremo, como tampoco la estuvo en el contrario. Quien en política piensa que sólo sus ideas, propuestas y formas de gestionar la cosa pública son válidas es un extremista que, en caso de volverse gobierno, se convierte en un autócrata que puede llegar, incluso, a constituir un estado fundamentalista o totalitario. 

La ruptura de un orden global

La gran fantasía del sistema global que imperó desde la década de los 80 y hasta hace poco fue creer que el paradigma liberal podía funcionar para todos por igual gestionado desde el llamado bloque desarrollado.

El mundo se vio entonces desde la perspectiva de un solo extremo de la ecuación. «Quién en su sano juicio va a negarse al progreso y desarrollo que el capitalismo neoliberal trae consigo», pensaron los impulsores del modelo.

La respuesta no tardó en llegar, desde la periferia y desde el centro mismo. Los atentados terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001, cometidos por un grupo extremista e islamista cuyo líder, Osama Bin Laden, había sido aliado de Estados Unidos contra la Unión Soviética en la guerra de Afganistán de 1978-1992, evidenciaron brutalmente la mentira.

Luego, la rebelión ultraderechista que tomó el poder durante la década pasada en varios países occidentales, entre ellos EEUU y Reino Unido, puso de relieve las fallas de la fórmula del globalismo neoliberal.

Los mismos países que la habían concebido y proyectado sobre el resto del mundo, renegaron de ella por los resultados tóxicos que había dejado en sus sociedades.

Una vez roto el “consenso” neoliberal, el mundo entró en proceso de fractura y confrontación. Las viejas verdades son cuestionadas al límite y el antiguo orden se desmorona fuera y dentro de los países, incluso los más desarrollados.

La confrontación de los extremos

Los extremismos proliferan en la forma de posturas radicales irreconciliables. Frente al unilateralismo vertical de las potencias desarrolladas, empujes de multipolarismo arbitrario de potencias emergentes. Frente al “orden internacional basado en reglas”, es decir, las reglas de Occidente, el revanchismo de los viejos imperios orientales.

Frente a la necesidad extrema de millones de migrantes que ignoran las fronteras, la reacción racista y xenófoba de amplios sectores de ultranacionalistas privilegiados. Frente al obtuso y necio machismo, feminismos cada vez más radicales.

Frente a las minorías que defienden una visión particularista y fragmentaria del mundo, las minorías derechistas que quieren seguir imponiendo su mirada como verdad incontestable.

Frente a los neoliberales que defienden la idea de que es mejor volver al orden caduco, los populistas que practican el gatopardismo para construir un nuevo statu quo.

Vivimos en la era de la confrontación.

Los monstruos del claroscuro

“El viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar, y en ese claroscuro surgen los monstruos”, escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel, mientras se encontraba en una prisión bajo el régimen fascista italiano en la primera mitad de la década de los 30 del siglo pasado.

El filósofo italiano fue víctima y testigo de la crisis de la globalización liderada por el Imperio británico, que marcó la transición hacia una nueva era. Gramsci y sus coetáneos habían vivido una guerra mundial, una pandemia, la fractura del liberalismo, el repliegue del comercio internacional, una depresión económica, revoluciones comunistas y el ascenso del fascismo y el nazismo.

Los monstruos andaban sueltos en medio del desorden mundial imperante. 

El cuadro que sintetizó Gramsci en aquella frase se parece, sin ser igual, al que hoy nosotros observamos. En el cambio de siglo, el economista Giovanni Arrighi, también italiano, desplegó su teoría de los ciclos económicos basada en el enfoque histórico de los sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein.

En su libros El largo siglo XX, Caos y orden en el sistema-mundo moderno y Adam Smith en Pekín: orígenes y fundamentos del siglo XXI, Arrighi describe un patrón histórico más o menos regular presente en los últimos 500 años: a un orden mundial liderado por una potencia hegemónica sigue una época de transición de varias décadas hasta el arribo de un nuevo orden encabezado por una nueva potencia hegemónica.

Los órdenes mundiales hegemónicos suelen coincidir con etapas de relativa paz e integración internacional en algún grado de globalización económica. Las etapas de transición son de caos y enfrentamiento. 

El caos de hoy tras el orden de ayer

De acuerdo con esta perspectiva, tras la globalización liderada por EEUU como potencia hegemónica, hoy nos adentramos en un período de transición en el que la confrontación en los distintos niveles y en casi todos los ámbitos es la norma.

La economía y la geoeconomía, la política y la geopolítica, la cultura y la educación y la relación entre géneros, clases y nacionalidades se han convertido en campos de batalla con bandos cada vez más claramente enfrentados.

Y no es sólo por la tendencia a la vociferación que tienen los radicales, ya sean de izquierda o de derecha. Su discurso ha encontrado un sonoro eco en algunas redes sociales virtuales que tienden a exacerbar la confrontación privilegiando el discurso estridente y extremista. 

Lo grave no es el contraste de ideas y posturas. Éste, al contrario, es el alimento para una sociedad viva y sana. Lo grave es la renuncia al reconocimiento del derecho del otro, del que piensa diferente. Al no reconocer ese derecho, se abre la puerta a la censura, el linchamiento, la represión y, en casos extremos, el exterminio.

Es estrujante la cantidad de personajes en las redes que justifican y defienden hoy, por ejemplo, la agresión de Rusia contra Ucrania, o la limpieza étnica que lleva a cabo Israel en Gaza. O quienes abrazan la idea de que una dictadura es mejor que una democracia, incluso asumiendo el hecho de que esto conlleve el derramamiento de sangre… siempre y cuando, claro está, que el dictador surja de la facción a la que pertenecen o con la que simpatizan. 

Una salida a la trampa de la confrontación

Pero la lógica de los extremos enfrentados es una trampa que atrapa, tarde o temprano, a quien la promueve.

Quien justifica e impulsa la censura, el linchamiento, la represión y el exterminio del otro, del que piensa diferente, justifica e impulsa que los adversarios le hagan lo mismo en la primera oportunidad que tengan. Es un juego de suma cero en el que los jugadores pelean por ser los victimarios y no las víctimas.

Estoy convencido de que los partidarios de la diplomacia, la negociación y el debate de las ideas no somos pocos, pero que también somos menos estridentes y, muchas veces, menos activos. Veo en esto último –la actividad– una importante área de oportunidad.

Si queremos construir soluciones en el justo medio de los extremos que hoy vociferan mientras se apuntan con el dedo, es necesario trabajar arduamente para ello. 

Creo que la alternativa a los autoritarismos, fanatismos, extremismos y totalitarismos es la gobernanza democrática, es decir, la construcción de los procesos políticos que llevan a un colectivo a tomar decisiones considerando todos los puntos de vista y las experiencias y opiniones distintas.

Tanto en la gobernanza como en la negociación las partes involucradas deben ceder algo para ganar en conjunto. El objetivo es sustituir la suma cero por la suma no nula.

En la era de la confrontación pienso que es vital no olvidar que las soluciones a los problemas sociales no vendrán de los extremos, sino del justo medio que, a través de la política, neutralice la destructividad de los extremos.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.