(Por Arturo González González) Tal vez como muchos de mi generación, crecí escuchando y leyendo que la democracia de Estados Unidos era el modelo a seguir en el mundo. ¿Cómo cuadra esto hoy con un segundo mandato de Donald Trump?
En mi adolescencia vi cómo la potencia americana emergía victoriosa de la Guerra Fría. Ya no había rival para el imperio liberal del Tío Sam. El mundo era uno y estaba regido por el hegemón de las barras y las estrellas.
Lo americano era sinónimo de algo genial, envidiable, apetecible, deseable. Militar, económica, política y culturalmente no había en el orbe otro poder de tales dimensiones.
La magnitud y alcance de la Unión Americana en los 90 sólo era comparable con la de los grandes imperios referenciales del pasado: el británico y el romano.
Bajo la óptica embriagada de americanismo tenía cierta lógica pensar que la democracia estadounidense era la mejor del mundo. Era el sistema que aportaba mayor estabilidad a una sociedad próspera y rica.
Y así se creía aunque no fuera cierto. Se obviaba, por ejemplo, que durante el siglo XX hubo un atentado casi cada década contra un presidente o candidato a la presidencia de Estados Unidos. Demasiada violencia política para una democracia modelo.
Hoy que las contradicciones internas y externas proliferan, se hace evidente ante nuestros ojos la imperfección de la democracia estadounidense.
Más una plutocracia que una democracia
En el cuadro de la imperfección hay numerosos componentes, empezando con que la Constitución nunca menciona a la democracia como sistema político rector, y que el sistema del Colegio Electoral para seleccionar al presidente y el vicepresidente es obsoleto y arcaico.
Con suma facilidad pasamos por alto lo poco representativo del modelo estadounidense, pero el problema es evidente si lo revisamos por género, etnia y clase.
Doy algunos datos vigentes hasta antes de la elección del pasado 5 de noviembre, la cual aún está en proceso de recuento.
Aunque las mujeres son poco más del 50 % de la población estadounidense, su participación en el Congreso de los Estados Unidos apenas ronda el 25 %.
La población hispana, negra y de otras minorías representa el 43 % del total de los estadounidenses, pero su participación no llega al 35 % en la Cámara de Representantes y apenas alcanza el 25 % en el Senado.
En la cuestión de clase, la situación es peor. El grueso de la población de Estados Unidos es considerado de clase media baja y baja. No obstante, entre el 80 y el 85 % de los representantes y senadores pertenecen a las clases media alta y alta.
Los hombres ricos blancos no hispanos están sobrerrepresentados en el Congreso del que presume ser el país más democrático del mundo. En vez de una república democrática, Estados Unidos se parece más a una república aristocrática o a una plutocracia.
El miedo, dueño de la política de Estados Unidos
Un componente muy importante del cuadro de la imperfección del modelo estadounidense es que el miedo se ha apoderado de la política de los Estados Unidos.
Pero el miedo no llegó con Donald Trump. Llegó con George W. Bush y su guerra externa e interna contra el terror con la que intentó justificar su intervención ilegítima en Irak y la restricción de libertades de los ciudadanos estadounidenses.
Trump sólo potenció el miedo y lo volvió su arma predilecta. Pero ¿miedo a qué? Unos cuantos datos nos dan una idea.
Durante la década pasada China superó a Estados Unidos como la economía más grande del mundo a valores de paridad de poder adquisitivo. También lo rebasó en volumen de producción industrial y en registro de nuevas patentes.
Además, el gigante asiático desplazó a la potencia americana como primer socio comercial de la mayoría de los países del orbe.
La distancia entre el poderío militar de Estados Unidos y el de China y Rusia ha disminuido considerablemente en los últimos años.
El dólar, pilar de la hegemonía estadounidense, ha perdido relevancia como divisa de reserva en el mundo y como moneda en las transacciones comerciales.
Y mientras la población blanca no hispana registra una disminución porcentual constante, los hispanos son el grupo que más crece en proporción dentro de Estados Unidos.
Para mí está claro que las élites políticas y económicas estadounidenses tienen miedo a ver mermada su posición de privilegio en la pirámide global.
Tienen miedo a la pérdida de poder de su país frente al surgimiento de potencias emergentes. Tienen miedo a la disminución de la capacidad de sus instrumentos de control, como lo han sido el aparato militar y el dólar.
Y tienen miedo a perder su preponderancia dentro de Estados Unidos frente a las minorías que crecen en número.
El miedo es lo que hace que un personaje como Donald Trump –convicto, procesado por cargos penales, presunto responsable de instigar un intento de golpe de Estado y con una retórica contradictoria pero racista y misógina– haya podido ser presidente una vez y vaya serlo por segunda ocasión.
¿Qué significa para la Unión Americana y el resto del mundo?
El declive de la hegemonía de Estados Unidos
Estados Unidos es una nación en grave declive. No lo digo yo. Lo dice el Partido Republicano en su plataforma 2024 “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”. Es la plataforma con la que Donald Trump recupera la presidencia de la gran potencia americana.
Veo un grave error de hecho en la visión de la ultraderecha republicana. No es Estados Unidos en sí el que está en declive. Lo que está en declive es la hegemonía global estadounidense.
La Unión Americana ya no es el líder indiscutible del mundo, al menos no el líder que fue durante la época de la hiperglobalización (1980-2010).
No obstante, Estados Unidos sigue siendo el estado nacional más poderoso del orbe. La ultraderecha republicana acusa una profunda miopía en su visión.
Ellos ven en el avance de los derechos humanos, sobre todo para las minorías, la razón principal del declive. Basta con entender qué es la ultraderecha republicana estadounidense para comprender por qué piensan eso.
¿Qué es la ultraderecha republicana?
La ultraderecha republicana estadounidense es un conjunto de grupos de interés que quieren aumentar, mantener o recuperar sus privilegios, dentro y fuera del país.
La punta de la pirámide la ocupan los hombres blancos de cultura cristiana y de clase media alta y alta. Dueños, ejecutivos o mandos de grandes empresas. Ese es el grupo al que Donald Trump pertenece y representa.
Por supuesto que también hay en la ultraderecha republicana hombres blancos de clase media baja y baja, mujeres blancas de distintas clases, varones de minorías étnicas con cierta posición, etc.
Pero con todo y sus diferencias creo que comparten un común denominador: quieren aumentar, mantener o recuperar sus privilegios.
Luego están millones de personas en las que resuena por distintas razones parte del mensaje de Trump. En el fondo, los Estados Unidos que defiende el magnate neoyorquino y su partido son los Estados Unidos en donde los privilegios estén en donde ellos creen que deben estar.
Por lo tanto, el núcleo duro de la ultraderecha republicana estadounidense ve como causa del declive de su nación rica, blanca, cristiana y de dominio masculino al avance del discurso progresista que defiende los derechos de las minorías.
Pero el problema con Trump y sus millones de simpatizantes, no es sólo la miopía de la visión republicana actual sobre el declive estadounidense. Es también la forma en la que pretende revertir ese declive.
La solución ultra al ‘declive de Estados Unidos’
Para que en una sociedad haya privilegios a favor de un grupo de población, los derechos de otros grupos deben ser restringidos. De la misma manera, para que en el mundo haya privilegios a favor de un país y sus aliados, las capacidades de otros países deben ser restringidas.
El asunto es que la realidad de Estados Unidos no es hoy la de hace 30 años, mucho menos la del mundo. La Unión Americana es ahora más diversa en todos sentidos. Y el mundo es más complejo por múltiples razones.
Como lo mencioné arriba, la ola que ha llevado nuevamente al poder a Donald Trump es una ola reaccionaria en la que el miedo es la emoción principal que moviliza.
Miedo a la diversidad. A la complejidad. Miedo a perder los privilegios. A dejar de ser “la potencia” para ser una entre varias. Pero hay un problema mayor.
Quienes no comparten la visión de Trump dentro y fuera de los Estados Unidos creen que la principal amenaza está en lo que el republicano pueda hacer de todo lo que ha prometido. Yo difiero.
Me parece por lo menos igual de amenazante para Estados Unidos y el mundo aquello que Trump no pueda llevar a cabo.
Y esto tiene que ver con los planteamientos simplistas y algunos francamente absurdos de su plataforma. Cito algunos ejemplos para explicarme, aquellos que tocan más la relación de Estados Unidos con el mundo.
¿En verdad Trump promueve la paz?
Respecto a la situación de inestabilidad y conflictos que vive el mundo, Trump y su partido proponen: “regresar a la paz a través de la fuerza” y “prevenir la Tercera Guerra Mundial, restablecer la paz en Europa y Oriente Medio (…).
La visión trumpista de la paz es que Estados Unidos sea considerablemente más fuerte que las potencias que lo desafían o pueden desafiarlo. Es la versión estadounidense de la máxima de Publio Flavio Vegecio “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
El problema es que, como hemos visto en el último decenio, que incluye el primer mandato de Trump, las potencias emergentes no occidentales no van a quedarse cruzadas de brazos y continuarán incrementando su fuerza.
¿Qué pasará si el poder de Estados Unidos y la amenaza de usarlo no son suficientes para forzar la paz, como pretende Trump? El magnate sabe que de poco sirve el poder si no se está dispuesto a utilizarlo. Es decir, hacer la paz a través de la guerra.
El nombramiento de un halcón, Marco Rubio, para la Secretaría de Estado, el puesto de mayor importancia tras la presidencia y vicepresidencia, apunta en ese sentido.
Respecto a restablecer la paz en Europa, la estrategia de Trump y los republicanos plantea, por ahora, dejar de apoyar a Ucrania desde Estados Unidos y tal vez hacer algunas concesiones a Rusia.
El problema es que pensar que Moscú se conformará con las ganancias obtenidas hasta ahora es de una ingenuidad supina. Probablemente lo haga de momento, pero sólo para retomar sus objetivos maximalistas más adelante.
Además, detrás de bajar la intensidad al fuego en Europa del Este no hay un interés humanitario o de pacifismo. Lo que busca Trump es disminuir las distracciones de recursos para enfocarse en su blanco principal: China y Asia-Pacifico.
En Oriente Medio, el trumpismo propone hacer de Israel un ariete occidental mejor armado y con mayor capacidad de eliminar a sus adversarios en la región para imponer una pax judeo-estadounidense.
Se trata de un objetivo que choca de lleno con los intereses de Irán, Turquía, Rusia y China. Una cosa es decretar la paz por medio de la fuerza, y otra muy distinta es lograr que todos los actores se sometan a dicha fuerza.
El espinoso asunto de la frontera
En política migratoria y seguridad fronteriza, la plataforma republicana promete “sellar la frontera y detener la invasión migratoria”; “realizar la mayor operación de deportación en la historia de Estados Unidos” y “detener la epidemia de delincuencia migratoria (…)”.
Más allá de lo obtuso de la visión de Trump en el tema, que pasa por alto la importancia de la migración para la economía estadounidense y la participación que en ella tienen las élites políticas y económicas de ese país, preocupa lo que puede ocurrir en el muy probable caso de no alcanzar ni siquiera los objetivos más básicos por una cuestión elemental: se requiere una ingente cantidad de recursos.
Y ante los límites, para nada es descartable la militarización parcial o total de la seguridad interna de Estados Unidos, lo que conduciría a mayores violaciones de los Derechos Humanos y a la pérdida de libertades incluso de ciudadanos estadounidenses. El nombramiento de Tom Homan como “zar de la frontera” va en ese camino.
En cuanto al combate a la delincuencia organizada y los cárteles de la droga de México, el diagnóstico que soporta la estrategia trumpista acusa una falla monumental: los grupos delictivos no sólo operan de este lado de la frontera, lo hacen principalmente de aquel lado.
Si no, ¿cómo es que llega la droga de Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo al corazón de Nueva York, Chicago y Los Ángeles? ¿Cómo es que se puede trasladar de los centros de venta estadounidenses las armas que usan los cárteles allá y acá? ¿Cómo utilizan el sistema financiero norteamericano para lavar el dinero y hacerse de recursos?
Con lo escrito aquí, mi hipótesis sobre lo que representa Donald Trump en el momento actual de los Estados Unidos es la siguiente: las capacidades blandas de la Unión Americana rica, blanca, cristiana y masculina para mantener su hegemonía y esquema de privilegios dentro y fuera del país se han agotado.
Trump aparece como el último recurso de esa hegemonía estadounidense. El asunto peligroso es hasta dónde está dispuesto a llegar, sobre todo en aquello que claramente no puede cumplir sin hacer uso de la fuerza.