Ucrania y el revisionismo de los imperios

Revisionismo imperial en Ucrania

(Por Arturo González González) He escrito que en la arena de la geoeconomía el orden mundial naciente se configura sobre la base de seis bloques regionales. Pues bien, en el circo de la geopolítica se desarrolla un duelo entre estados neo imperiales que ejercen presión política y militar. Y lo hacen ya sea para recuperar viejas glorias o defender su estatus, ya sea para destruir el viejo orden o construir una nueva hegemonía. Para ello, se valen de un recurso ideológico: el revisionismo histórico. Recurso que aflora cada vez con más claridad en los conflictos actuales, como el de Ucrania.

¿Qué es el revisionismo?

El revisionismo histórico desde la política puede definirse como la reinterpretación de aspectos fundamentales del pasado para legitimar o guiar acciones presentes hacia dentro y/o hacia fuera. Aunque hay de revisionismos a revisionismos, la estrategia entraña altos riesgos debido a que tiende a ser excluyente e identificar enemigos que hay que doblegar cuando no abatir. Pero también el revisionismo puede precipitar a una potencia en decadencia hacia el precipicio. 

Ya lo dijo Søren Kierkegaard: “la vida sólo se puede entender hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante”. La vida se esculpe en el tiempo. El ser humano mira hacia atrás en busca de un sentido en lo vivido. Pero el acto de vivir sólo ocurre en el presente y se proyecta hacia el futuro. La parte esculpida sirve de referencia, pero no determina a la parte por esculpir. El filósofo y teólogo danés se refería principalmente a la esfera del individuo. Sin embargo, su dicho se adapta perfectamente al ámbito de la geopolítica. 

Los estados y sus sociedades ensayan una narrativa coherente de su devenir histórico para soportar una identidad. Mientras tanto, aparecen los desafíos del incierto futuro. Entender qué ocurrió y por qué no es fácil. Cada generación añade una capa de interpretación e intereses. Pero es indispensable hurgar en el pasado para no repetir los yerros ni volver a caminar los senderos segados. Revisitar apropiadamente la historia pasada es un ejercicio de responsabilidad con la potencial historia futura.

La trampa del revisionismo

El problema con el revisionismo histórico es que muchas veces guarda una trampa en su seno. Creer que es posible colocar frente al complejo presente un pasado idílico como futuro promisorio, puede conducir al desastre. Un desastre que no sólo es el propio, sino que suele ser el de más de uno. Si esto es así, ¿por qué las potencias en cierta etapa de su desarrollo recurren a esta práctica? En principio puede ser por objetivos en apariencia no tan perversos: legitimar un régimen, dar coherencia a la narrativa histórica de un estado o movilizar a la población con fines patrióticos. 

Pero el abuso del revisionismo conduce a caminos minados, sobre todo cuando se pretende controlar, censurar y manipular la historia para justificar, bajo el argumento de un pasado mejor perdido y recuperable, acciones de limpieza étnica de territorios, expansiones imperialistas, invención o exageración de agravios y negación de derechos de otros. Hoy vemos mucho de esto en el horizonte global. Potencias como Estados Unidos, Reino Unido, Rusia y China reinterpretan la historia para justificar ambiciones, decisiones e intenciones. La instrumentalización del pasado no es un ejercicio intelectual, es una herramienta política sobrecargada de tensión, riesgo y conflictividad.

MAGA o el pasado como refugio

En el siglo XX, Estados Unidos construyó una narrativa sobre misión histórica como defensor de la libertad y democracia. Esta visión, otrora causa de orgullo y cohesión, es severamente cuestionada dentro y fuera del país. Las promesas de la democracia liberal se esfuman en medio de desigualdades internas, divisiones sociales, desconfianza en las instituciones y una creciente competencia internacional. Ante el declive, el pasado se vuelve refugio. 

Se habla de una “edad dorada” que se perdió y se culpa de la pérdida al otro, al diferente, al individuo extranjero de un país pobre, a la potencia emergente erigida en amenaza. Es la esencia del Make America Great Again de Donald Trump, que apunta hacia una difusa era en algún punto del último tercio del siglo XIX y las primeras dos décadas del XX. Un anacronismo mezcla de nostalgia y populismo para movilizar a una población dividida en una potencia que se asume decadente y a la defensiva. Peligrosa como una bestia herida.

Revisionismo imperial británico

El Reino Unido, viejo imperio, se refugia también en el pasado para encontrarse en el presente y dibujar su futuro. El Brexit exaltó una visión idealizada de independencia y soberanía, como si el pasado imperial pudiera ser recuperado en un mundo donde la interdependencia y la competencia son norma. El movimiento fue alimentado con una absurda retórica revisionista que romantizó los “días gloriosos” del imperio de cinco continentes, como si Gran Bretaña pudiera recuperar su grandeza al divorciarse de la Unión Europea. 

El mundo, pero, sobre todo, el Reino Unido es otro muy distinto al de hace 200 años, cuando la “pérfida albión” se alzó con el dominio de todos los mares. La Global Britain se levanta ahora como un barco al garete que quiere proyectar una nueva relevancia internacional, desconectada de los vientos de la realidad multipolar y ocultando en el cuarto de máquinas los esqueletos de su herencia colonial.

El nuevo traje del zar

En Oriente, la Rusia putinista adopta un enfoque diferente. Combina elementos del zarismo y la era soviética para tratar de legitimar su resurgimiento geopolítico. El Kremlin habla de una “Rusia eterna”, una nación resistente, invencible, que ha sobrevivido a invasores y traiciones. La retórica va más allá del patriotismo y se hunde en un nuevo nacionalismo belicista con el fin de justificar la invasión de Ucrania con la eliminación de ésta de la historia y su derecho a existir. 

Del periodo soviético se resalta el orgullo de poder y respeto global, mientras se acallan las tragedias y los crímenes de cicatrices que aún supuran. Para Vladimir Putin, Rusia tiene un destino especial en el futuro, uno que se asemeja al pasado dos veces imperial, y que la aísla de buena parte del mundo.

Revisionismo y resurgimiento

La China de Xi Jinping, por su parte, utiliza la historia para justificar su irrupción como potencia global tras décadas de crecimiento. El eje de su revisionismo es el concepto del “siglo de la humillación”, periodo en el que se encierran las agresiones extranjeras de los siglos XIX y XX. Sirve para reforzar el desdén hacia la hegemonía occidental, primero europea y luego americana, pero también para legitimar su ambición de construir un nuevo orden mundial sinocéntrico. 

En el camino, China impulsa una identidad nacional que combina tradiciones culturales y filosóficas con una desbordante innovación tecnológica. Aunque se cuida de no parecerse a sus adversarios, es claro que construye un modelo alternativo al liberalismo occidental. Su revisionismo no trata sólo de desafiar el statu quo: pretende construir un mundo centrado en su influencia.

Una etapa de transición

Las potencias mencionadas y otras luchan por mantener su relevancia en un mundo donde la hegemonía estadounidense decae, mientras otras buscan consolidar su ascenso y redibujar el mapa del poder global. Estados Unidos y el Reino Unido luchan contra su declive desde la nostalgia. Rusia y China usan el pasado como trampolín para sus ambiciones. En medio de Occidente y Oriente hay una Europa que no encuentra su lugar. Debajo, un sur global emerge con sus problemas y diversidades. 

¿Se puede construir una plataforma de solución a los grandes asuntos mundiales en medio de narrativas tan belicosas? La historia, advertía Kierkegaard, es una guía imperfecta. Hay que mirarla para comprendernos, saber cómo llegamos hasta aquí, pero no podemos vivir creyendo que podemos regresar a ese pasado. La trampa del revisionismo histórico es clara, ya sea para quienes se resisten a dejar de ser lo que fueron, para quienes anhelan recuperar la fuerza que alguna vez tuvieron o para quienes están en medio de imperios revisionistas. El conflicto en Europa del Este nos ofrece un ejemplo.

Ucrania: un decenio y tres años

La guerra en Ucrania ha cumplido tres años en su etapa más abierta y reciente. Pero han pasado once años desde que Rusia se anexionó Crimea y se activó una guerra civil subsidiaria en la región ucraniana del Donbás. Hoy se habla de un posible acuerdo de paz. Una paz pactada en principio por los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de la Federación Rusa, Vladimir Putin. 

Una paz que, de acuerdo con lo visto hasta ahora, significaría la pérdida de soberanía territorial y económica de Kiev. Una paz que confirmaría la posición secundaria de la Unión Europea como cliente de EEUU y a China como nuevo blanco geoestratégico del titán americano. La guerra en Ucrania es la evidencia de la crudeza de la nueva geopolítica de las grandes potencias. Del retorno a una era de imperios revisionistas.

Un conflicto desproporcionado

Desde 2014, el conflicto ucraniano mostró su desproporción. Rusia, la segunda potencia militar del mundo, cada vez más recelosa de la hegemonía estadounidense, se lanzó contra Ucrania, la entonces vigésimo primera potencia militar que ensayaba un alejamiento de Rusia y un acercamiento a Occidente. 

Si atendemos a la comparación de Global Firepower, sólo en un indicador, geografía, Kiev supera a Moscú. En todo lo demás: mano de obra, poderes aéreo, naval y terrestre y recursos naturales, financieros y logísticos, el coloso euroasiático es muy superior a su vecino. Y esto es sin contar el arsenal nuclear, del cual Rusia dispone del armamento más numeroso y sofisticado del orbe. La única forma que ha tenido Ucrania de resistir la invasión rusa ha sido a través del apoyo militar y financiero de Occidente en una guerra que, hay que decirlo, Kiev nunca podría ganar.

Del apoyo al abuso de EEUU

A propósito de la ayuda de la Unión Europea, Reino Unido y Estados Unidos a Ucrania, Donald Trump dice que, en los tres años de guerra, su país ha entregado a Kiev entre 350,000 y 500,000 millones de dólares. Es decir, el que más ayuda ha brindado, por mucho. Pero es mentira. El apoyo estadounidense a lo sumo alcanza los 120,000 millones de dólares, una cantidad similar a la aportada por los países europeos en su conjunto. 

Lo más cruel del asunto es que Trump ahora le reclama al presidente ucraniano Volodimir Zelenski el pago de dicha ayuda con la licencia de explotación de los abundantes recursos naturales del país invadido por un monto similar al que dice que Estados Unidos ha aportado, o sea, medio billón de dólares. Una cantidad que equivale a casi tres veces el PIB nominal de Ucrania.

La más alta concentración de los recursos naturales codiciados por Washington está en el Este de Ucrania, territorio controlado actualmente por Rusia. El reconocimiento de la soberanía rusa sobre esas tierras es una de las exigencias de Moscú a cambio de cualquier acuerdo de paz. Aquí se asoma un posible punto ríspido en la negociación con Estados Unidos. 

Imperialismos a la vieja usanza

Otras exigencias de Rusia tienen que ver con la suspensión definitiva del proyecto de entrada de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la desmilitarización total del país y la imposición de un estatus neutral. Seamos realistas: la paz que Trump y Putin quieren pactar para Ucrania, y de la cual Europa aparece como mera espectadora, será una paz que desmembrará al país y lo dejará a merced del expolio de sus recursos. Imperialismo a la vieja usanza, pues. Todo ello después de cientos de miles de muertos y heridos, millones de desplazados y un país semidestruido.

Para entender esta nueva geopolítica imperial en su rostro más duro y en medio del ruido que hace fácil perder la brújula, debemos acercarnos al conflicto desde cinco claves contextuales que refuerzan la tesis del regreso del revisionismo como estrategia geopolítica imperial. 

La cuestión histórica

Ucrania está considerada como el origen del pueblo eslavo y el núcleo germinal de la nación rusa. La Rus de Kiev, conformada en el siglo IX, es el punto de partida de la legendaria historia compartida entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania. El territorio de este último país formó parte posteriormente del Imperio ruso y de la Unión Soviética y desde su independencia en 1991 ha buscado afianzar una identidad nacional propia, a veces desde posiciones nacionalistas extremas. 

En el siglo XXI, hasta 2013, había oscilado entre una vinculación estrecha con Moscú y el acercamiento a Occidente. El punto de quiebre ocurrió en 2014, cuando la caída del gobierno prorruso de Víctor Yanúkovich llevó a Kiev a mirar de forma más abierta hacia Bruselas y Washington, con el consiguiente recelo de Moscú. Pero desde el imaginario de la Rusia de Putin, Ucrania no es un estado soberano, sino un “invento” de los bolcheviques. Ucrania es para el Kremlin un territorio integral del llamado mundo ruso.

Intereses geopolíticos 

Desde la primera época de los zares, Rusia se proyecta hacia Europa Oriental y Asia Central, sus dos flancos más débiles dada la falta de fronteras naturales. Es importante recordar que, al menos en dos ocasiones en la historia moderna (1812 y 1941), Rusia ha sido invadida a través de Ucrania. Por otra parte, los mares Báltico y Negro son las salidas rusas principales al océano Atlántico, a través de los mares del Norte y Mediterráneo, respectivamente. 

Desde los años 90, la OTAN se ha ido expandiendo hacia las fronteras rusas, de tal forma que Ucrania ha quedado en la falla tectónica geopolítica que separa a la poderosa Alianza Atlántica de la Federación Rusa. Ante lo que ha interpretado como un cerco de Occidente, Moscú ha reforzado una entente con Pekín para impulsar un mundo multipolar post hegemonía estadounidense. A dicha entente se han sumado Bielorrusia, Corea del Norte e Irán, principales apoyos de Rusia en la guerra.

Objetivos económicos

Ucrania es un territorio rico en recursos naturales: hidrocarburos, cereales, energía atómica, minerales metálicos y tierras raras. Estas últimas son insumos vitales para toda la industria tecnológica. Actualmente China es el mayor productor y exportador de la materia prima, situación que coloca a Estados Unidos en desventaja. 

Además, durante décadas el país del campo de trigo fue una etapa crucial en el tránsito de hidrocarburos desde Rusia a Europa Central y más recientemente fue considerada también una etapa de la trayectoria rusa de la Ruta de la Seda china. Hacia el mar, Ucrania también es estratégica, ya que comparte con Rusia y Turquía la mayoría del control del mar Negro, sus rutas y recursos.

Factores ideológicos

La política exterior rusa hoy está impregnada de eurasianismo, una ideología impulsada por el filósofo Alexander Duguin que aboga por la singularidad del mundo ruso. Bajo la misma doctrina, la Rusia de Putin experimenta desde hace años un viraje hacia la derecha al grado de convertirse en referencia para cierta ultraderecha en el mundo, con grupos que incluso reciben financiamiento y apoyo logístico del Kremlin. 

Del otro lado del frente, aunque la Ucrania de Zelenski intenta mostrarse partidaria del alicaído liberalismo occidental, cuenta con expresiones ultranacionalistas, algunas incluso de corte fascista que luchan palmo a palmo con las fuerzas armadas ucranianas. Para los liberales europeos, Ucrania es la última frontera de la democracia y Rusia es una amenaza existencial.

La coyuntura política 

Trump quiere aparecer como el gran pacificador de Europa Oriental, al menos en la superficie. Debajo se mueven otros intereses bajo la óptica del revisionismo. Su intención es que la Unión Europea asuma la carga de defender a Ucrania y defenderse a sí misma en el futuro. No obstante, para ello pide que los ejércitos europeos se pertrechen principalmente con armas made in USA. Así, Washington deja de invertir en defensa en Ucrania y cosecha las ganancias de una mayor demanda para su industria militar. Dos pájaros de un tiro. 

Disminuir su atención del frente euroriental, le permitirá a los Estados Unidos de Trump concentrar sus esfuerzos en reposicionarse en América ante el crecimiento de la influencia china, a la vez que enfrentar al gigante asiático en su espacio vital, es decir, Asia Pacífico. Concretar el famoso pivote hacia Asia que viene desde la era Obama. 

La Unión Europea, por su parte, se desgarra hoy entre dos facciones principales: la que aboga por enfrentar abiertamente a Rusia y la que llama a negociar con Moscú un entendimiento básico. Como puedes ver, el revisionismo y la nueva lógica imperial atraviesan todo el cuadro de lo que tal vez es la primera guerra del nuevo (des)orden mundial.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.