(Por Arturo González González) Dejemos las vísceras a un lado, demos la vuelta a la tortilla llamada Trump 2.0 y aceptemos por un momento lo que dijo el dictador soviético Stalin: “a la historia le gustan las bromas: a veces elige a un idiota para impulsar el progreso histórico”.
En el siglo XIX la competencia geoeconómica fue entre imperios coloniales: británico, alemán, francés, etc. En el siglo XX se impuso una rivalidad entre dos superestados: Estados Unidos y la Unión Soviética. La marca de la carrera del siglo XXI se configura entre bloques regionales que compiten pero también se interrelacionan a distintos niveles.
Quien siga creyendo que un solo estado nacional puede contar con las capacidades suficientes de imponerse a todos los demás, defiende un anacronismo. Un país es hoy tan fuerte como el bloque económico al que pertenece. Y para que un bloque prospere, sus integrantes deben establecer un juego de suma no nula, es decir, que todos ganen.
Las cartas que ha mostrado Trump 2.0 en sus primeros días apuntan en contrasentido. Cree que EEUU puede, “solo”, mantenerse en la cúspide del poder mundial. Pero no es así. Y México tiene un rol de primer orden en la nueva dinámica global. El presidente estadounidense debería saberlo. De hecho creo que lo sabe, pero hoy, asombrosamente, parece distanciarse de su primera administración en ese sentido.
China, el rival evidente
Cuando Donald Trump llegó, sorpresivamente, por primera vez a la presidencia de EEUU en 2017, uno de sus objetivos centrales era frenar el ascenso económico y tecnológico de China. Para conseguirlo, su equipo concibió varias estrategias, entre ellas: abrir una guerra comercial con el gigante de Asia, negociar un nuevo tratado con México y Canadá –el T-MEC que se firmó en 2018 y entró en vigor en 2020–, e impulsar la relocalización (reshoring) de cadenas de producción globales (farshoring) hacia Norteamérica (nearshoring) y Estados Unidos (onshoring). La lógica en esos momentos era que, para hacer frente al avance chino y sus costos productivos competitivos, había que apostar por una mayor integración económica norteamericana.
Más allá de la retórica estridente y ofensiva de Trump, la jugada parecía tener tanto sentido que incluso Joe Biden continuó varias de las medidas aplicadas por su antecesor. La pandemia aceleró las tendencias que se venían gestando desde, por lo menos, una década atrás, lo que aumentó la apuesta por la integración económica regional. China tomó nota de la estrategia estadounidense y dio un paso en el mismo sentido. En 2020 firmó, junto con otros 14 países de la región Asia-Pacífico, el acuerdo de libre comercio más grande del mundo: la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés).
La estrategia Trump-Biden
La reacción de EEUU no se hizo esperar, y a través de una red de alianzas políticas y militares con países como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, todos integrantes de la RCEP, intentó sembrar la discordia entre China y sus socios comerciales. La vieja táctica de divide et impera. Estaba claro que la única manera que EEUU tenía para evitar ser superado por China era hacer de América del Norte una macrorregión económica más fuerte, competitiva e integrada y, a la par, impedir que Asia Pacífico se consolidara en torno a China como el nuevo eje económico global.
Se puede estar o no de acuerdo con esta forma de actuar por parte de Washington, pero debemos reconocer que en el fondo había una estrategia posiblemente exitosa. De un mundo hiperglobalizado hegemonizado por Washington, transitamos a un mundo multipolar de fuerte competencia regional. Dentro de dicha dinámica, había que apostar a construir cadenas productivas eficientes, cercanas, rentables y geopolíticamente estables. México y Canadá ayudarían a la gran potencia americana en su objetivo frente a China, y así estaban dispuestos a hacerlo. Hasta que regresó Donald Trump a la Casa Blanca.
Trump 2.0, aún más radical
A la luz de lo observado hasta ahora, si Trump 1.0 planteó un escenario de impulso económico compartido con sus principales socios económicos, Trump 2.0, más cargado aún a la extrema derecha, al proteccionismo y al nacionalismo exclusivista, plantea un horizonte en el que los intereses de la nueva oligarquía estadounidense no sólo son prioritarios, sino que son los únicos.
Alguien dirá con justicia que no es algo nuevo que las élites políticas y económicas de EEUU hagan valer sus intereses por encima del resto del mundo. La diferencia es que en el pasado reciente y no tan reciente, Washington cuidó de hacer lo que otras hegemonías del pasado hicieron: tratar de convencer de lo positivo del liderazgo estadounidense. Hoy, con Trump 2.0 ya no es así. El nuevo grupo en el poder reniega de la anterior hegemonía de EEUU, signo de “debilidad y decadencia”.
Lo he dicho en foros y otros artículos: las nuevas versiones del America First y el Make America Great Again de Trump 2.0 deben leerse como la estrategia de una élite blanca, masculina, rica y cristiana que quiere mantener sus privilegios políticos, económicos, militares y culturales a toda costa. Incluso si para ello hay que golpear a los socios más leales y útiles. Los aranceles en suspenso del 25 % a todas las importaciones desde Canadá y México y los anunciados para el acero y el aluminio, son una afrenta directa a la integración económica que promovió Trump 1.0 y pueden conducir a la fragmentación del bloque norteamericano en perjuicio de los propios EEUU.
La potencia solitaria
Los motivos que esgrime el presidente de EEUU, la migración y el fentanilo, son más bien pretextos. Trump sabe que su país necesita de la mano de obra inmigrante, incluso, indocumentada, para producir a costos no tan altos, y que la crisis del fentanilo y otras drogas inició con la inducción de un mercado estadounidense que es el más grande del mundo en cuestión de farmacodependencia.
Pero más allá de estos pretextos para aplicar aranceles, parece que Trump ha tomado la deriva de más alto riesgo: enfrentar a China en solitario. No me queda claro aún cuáles son los cálculos que el republicano hace en esta peligrosa apuesta. Sin embargo, observo que un beneficiario del muro proteccionista de EEUU con México y Canadá puede ser precisamente el gigante de Asia, quien tiene todo para mostrarse al mundo como un socio más confiable y estable.
Los embates arancelarios de Trump 2.0 plantean a México y Canadá un escenario complejo que los debe motivar a actuar en tres tiempos: corto, mediano y largo plazo. Es cierto que la economía de EEUU resentirá los aranceles, ya que los consumidores de ese país tendrán que pagar más por los productos importados que consumen. El problema para México y Canadá es que sus economías dependen más de las exportaciones hacia su poderoso vecino, que lo que la economía estadounidense depende de sus exportaciones a ambos socios. La disminución de la demanda que vendrá como consecuencia de los aranceles sacudirá a las economías canadiense y mexicana.
Cerca de EEUU, aún con Trump
Seamos realistas: México no puede distanciarse de forma radical de EEUU. El gobierno mexicano debe seguir impulsando la coordinación y colaboración con su vecino en todos los ámbitos de la agenda bilateral. La geografía, la demografía y la interdependencia se han vuelto improntas insoslayables. No obstante, México no tiene que seguir siendo tan dependiente –y vulnerable– de su relación económica con unos Estados Unidos cada vez más volubles, extraviados y caprichosos.
En un primer momento, México puede apelar a los paneles de solución de controversia del T-MEC y a la Organización Mundial de Comercio (OMC) para denunciar las medidas proteccionistas, pero no será suficiente ni efectivo. Trump bien pudiera, en un arranque, romper el tratado unilateralmente y desatender las decisiones de la OMC. Debemos ser más creativos y buscar otras soluciones.
Por ejemplo, es momento de fortalecer el mercado interno de 130 millones de mexicanos. Con ello no sólo se puede ofrecer salida a una parte de la capacidad industrial instalada, sino también aumentar el atractivo y el apetito de inversionistas e industriales extranjeros. En los últimos 50 años, México pasó de ser un productor y exportador de materias primas a ser una potencia manufacturera. Hoy se requiere un nuevo salto: de manufacturar principalmente para marcas extranjeras, con la fuga de valor consiguiente, debemos manufacturar cada vez más para marcas propias para que el mayor valor se quede en México.
Para conseguirlo es necesaria una apuesta seria por la investigación, el desarrollo y la innovación, y por el enriquecimiento del abundante talento humano. También se requiere potenciar a las pequeñas y medianas empresas a través de capitalización, profesionalización, institucionalización y conexión con cadenas productivas de valor. La infraestructura de calidad y la seguridad como garantía ya no son aspiraciones u objetivos a largo plazo, son condiciones mínimas básicas que debemos tener resueltas en este mismo sexenio.
Explorar nuevos horizontes
México también puede apostar por reducir su dependencia del comercio exterior con EEUU con otros mercados externos. Para ello, debe diversificar y fortalecer sus relaciones económicas a través de tratados nuevos o ya existentes, con la Unión Europea y América Latina. La primera representa un mercado de alto valor de 450 millones de personas, y la segunda, un mercado en expansión de 520 millones, sin contar México.
Así como nuestro país pudo crear desde hace tres décadas un nearshoring hacia el norte, puede hacerlo ahora hacia el sur. Y así como logró ser un socio estratégico para EEUU, lo puede ser también para los países de la Unión Europea. Atendamos a la nueva realidad mundial: la globalización regionalizada que nace tras la descomposición de la hiperglobalización de las cuatro décadas neoliberales se sustenta sobre seis bloques económicos territoriales.
Los bloques que dominan
El bloque más nuevo, pero también el más potente y poblado es el bloque de Asia Pacífico, formalizado por 15 países en 2020 con la firma del acuerdo para crear la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) y cuyo eje es China. La región tiene un producto interno bruto (PIB) a paridad de poder adquisitivo (PPA) de 61 billones de dólares (bdd), lo que representa el 33 % del PIB PPA global, es decir, uno de cada tres dólares que circulan por el mundo. Estamos hablando de un bloque se extiende por 22.5 millones de kilómetros cuadrados (km2) habitado por 2,200 millones de personas. Pekín sabe que su eventual hegemonía global depende de la fortaleza e integración de Asia Pacífico.
Detrás de la RCEP está Norteamérica, el bloque más rico de todos con un PIB PPA per cápita de 68,627 dólares. Constituido en 2018 sobre la base del viejo TLCAN con la firma del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), abarca 21.1 millones de km2 sobre los que viven 510 millones de personas que en conjunto producen una economía de un valor de 35 bdd, equivalente al 20 % del PIB PPA global. El motor de esta productiva región es EEUU, pero su capacidad depende cada vez más de la integración de las industrias de los tres países en una relación de innovación, alto valor y rentabilidad.
El tercer bloque por peso económico es Europa, el más integrado de todos dentro de las estructuras de la Unión Europea (UE). Heredero de las comunidades europeas nacidas tras la Segunda Guerra Mundial, y conformado oficialmente en 1992 con la firma del Tratado de Maastricht, hoy aglutina a 27 países en un territorio de 4.2 millones de km2 y una población de 450 millones de habitantes. Su PIB PPA, de 28 bdd, representa el 15 % de la economía mundial. Aunque cada estado nacional conserva su soberanía, en términos económicos actúan como una entidad supranacional. Tras la salida del Reino Unido, el eje de la UE recae en Alemania y Francia, los países más industrializados.
Asia Pacífico, América del Norte y la Europa comunitaria son, sin duda, los bloques que mueven la economía global. Las tres regiones concentran el 68 % del PIB PPA del mundo. El resto, 32 %, se reparte en otras tres regiones integradas.
Los bloques que empujan
La más grande de todas las regiones económicas por territorio y número de países es África. Este bloque nació en 2018 con la firma del Tratado de Libre Comercio Africano para crear la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA, por sus siglas en inglés). Congrega a 55 países, prácticamente todos los del continente, con una superficie de 30.2 millones de km2 y una población de 1,450 millones de habitantes. Es la región con mayor proyección de crecimiento demográfico y cuenta con un PIB PPA de 10 bdd. Sus motores económicos son Egipto, Nigeria y Sudáfrica.
De los seis bloques, el más estratégico es el de Eurasia, impulsado por Rusia y conformado por 5 países dentro de la Unión Económica Eurasiática (UEE), creada tras la firma de un tratado en 2014. Con un PIB PPA de 8 bdd, 20.2 millones de km2 y sus 185 millones de habitantes, la UEE hace valer la teoría geopolítica de Halford J. Mackinder que se puede resumir en una frase: quien controle el corazón de Eurasia, controlará el mundo. Esta área pivote abarca desde Europa del Este hasta Siberia Oriental y desde la costa del océano Ártico hasta Asia Central.
El bloque económico más antiguo de todos es Sudamérica, fundado en 1991 y constituido por 5 países en el Mercado Común del Sur (Mercosur). Se extiende por un territorio de 20.1 millones de km2, en el que habitan 295 millones de personas que producen una economía a valor de PPA de 6.4 bdd. El motor de la región es Brasil que, toda proporción guardada, juega un rol similar al que EEUU desempeña en el T-MEC, aunque con un matiz importante: el principal socio comercial del gigante sudamericano no es ninguno de sus socios de bloque, es China.
Como habrás observado, cada uno de los seis bloques tiene una característica que le aporta el principal componente de su atractivo. No obstante, es claro que las tres primeras regiones superan en valor de mercado, por mucho, a las tres restantes.
Trump 2.0 y otros problemas
Ahora bien, me parece importante apuntar que no se trata de bloques monolíticos ausentes de diferencias o problemas externos e internos. En Asia Pacífico, China enfrenta fricciones con Japón, Filipinas y Australia por el control de los mares y el soberanismo de Taiwán. Para Norteamérica, el proteccionismo nacionalista de Trump 2.0 se erige como la principal amenaza. En Europa, la guerra en Ucrania y las fuerzas centrífugas de la ultraderecha amenazan la viabilidad del bloque.
Con todo, no debemos descartar la creación de nuevos bloques económicos en los próximos años. Las convulsiones actuales en Oriente Medio deben leerse también bajo la óptica de las intenciones de varias potencias regionales –Irán, Israel, Turquía y Arabia Saudí– de constituir en torno suyo espacios y corredores geoeconómicos. Pero también pueden surgir nuevos bloques sobre la base de los ya existentes. Y aquí es donde México puede desempeñar un papel de primer orden. Dentro del Plan México, el gobierno de Claudia Sheinbaum contempla la integración económica de toda América. Dicha integración tendría que darse por fases.
Una verdadera potencia americana
La primera fase sería la conformación de un bloque latinoamericano con dos ejes claros: México y Brasil, las dos economías más grandes. Si América Latina fuera una región económica desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego, estaría formada por 20 países, 660 millones de habitantes, 20.1 millones de km2 y un PIB PPA de 13.9 bdd. Pero lo más interesante no sólo es el valor de mercado de este posible nuevo bloque. Latam se puede conectar con Norteamérica… ¡a través de México!
Un potencial gran bloque americano estaría en mejores condiciones de hacer frente a China y su región. Una América integrada significaría 22 países, 1,040 millones de habitantes, 39.9 millones de km2 y un PIB PPA de 45.6 bdd, con dos ejes, EEUU y Brasil, y un vértice: México. ¿Por qué México? Es el quinto país del mundo con más tratados comerciales y el segundo de América, también en coeficiente de apertura comercial. Es el principal socio comercial de EEUU, la primera potencia manufacturera de Latinoamérica, la economía más grande de habla hispana y la segunda de América Latina.
Esta realidad económica, aunada a la potencia de su demografía y su estratégica ubicación hacen de México el vértice ideal de un posible bloque económico continental americano. Un puente que une no sólo al sur con el norte del continente, sino también a América con Europa y con Asia, los otros dos grandes bloques regionales del mundo. Sería tan bueno para todos los americanos, como para nosotros los mexicanos. El proteccionismo nacionalista de Trump es un reto económico enorme para México. Pero también representa una gran oportunidad. Queda en nosotros aprovecharla. ¿No lo crees?