Frenar el avance de las botas militares

Por Arturo González González

Estamos tan preocupados y ocupados con la guerra comercial que dejamos poca atención para otras tendencias del cambio de época que vive el mundo. Una de ellas es el militarismo y la militarización.

El presidente de Estados Unidos aprovechó mayo, mes de Star Wars, para lanzar su proyecto de defensa “Domo Dorado”, que retoma la Iniciativa de Defensa Estratégica del expresidente Ronald Reagan, conocida como Guerra de las Galaxias. Ambos planes contemplan la militarización del espacio exterior.

La reacción de China no tardó en llegar. Pekín criticó el anuncio y aseguró que el proyecto socava la estabilidad mundial. O lo que queda de ella, pues.

El detalle fino es que tanto el gigante de Asia como su socio más estrecho, Rusia, también desarrollan programas de defensa que implican el uso militar del espacio exterior, tales como sistemas anti-satélites y anti-misiles, maniobras disuasorias y dispositivos de vigilancia.

El asunto de fondo es que la militarización espacial es un ámbito más en la rivalidad geopolítica que domina el panorama político internacional y nacional.

Observo con azoro la forma en la que hemos normalizado el uso de la fuerza como vía para resolver los problemas dentro y fuera de nuestros países. Cómo, casi sin sorpresa, vemos el aumento del gasto militar a niveles sin precedentes. La facilidad con la que justificamos el despliegue militar para tareas concebidas otrora para las instituciones policiales, y la transferencia de funciones civiles a las fuerzas armadas.

Hay, imposible negarlo, un viraje hacia la ejecución de soluciones autoritarias y belicistas ante los grandes retos del siglo XXI. Y el fenómeno corre de la mano con la pérdida de prestigio de la democracia y sus instituciones. El militarismo y la militarización se vuelven la norma en un mundo que asiste al desmoronamiento de la arquitectura del viejo orden y los pactos sociales que lo sustentaron.

Podemos definir el militarismo como la doctrina política que privilegia el uso del poder militar para resolver conflictos y considera a las fuerzas armadas como el modelo correctivo ideal para una sociedad en crisis.

En cuanto a la militarización, se refiere al proceso mediante el cual instituciones, territorios, relaciones sociales y estatales o incluso tecnologías asumen formas, lógicas o funciones propias del ámbito militar.

Aunque ambos conceptos tienden a reforzarse mutuamente y a expandirse en contextos de crisis y miedo, no erramos al asegurar que todo militarismo deriva en militarización, pero la militarización puede darse incluso sin militarismo. Depende de la temporalidad de las acciones y las corrientes que dominan el poder político.

No obstante, asumo que ambas definiciones son aún objeto de debate.

Un punto importante es que el fenómeno no es nuevo. Hay varios ejemplos en la historia reciente de momentos en los que el avance del militarismo y la militarización se desarrolló a la par, detrás o delante, de periodos de profunda transformación global.

Una de las etapas más obvias son las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, con la carrera armamentista y el nacionalismo exacerbado de la Paz Armada. El período de entreguerras es otro momento referencial, con su inestabilidad económica y el ascenso del fascismo, el nazismo y el comunismo.

Si observamos atentamente, el presente comparte similitudes estructurales con la realidad de hace un siglo: declive del orden hegemónico, auge de nuevas potencias, crisis de gobernabilidad global, inseguridad difusa y miedo a futuros incontrolables.

Más cercana a nuestra generación está la Guerra Fría que, no obstante los contrapesos institucionales y la lógica de disuasión nuclear, consolidó una cultura estratégica centrada en el poder militar, incluso en democracias aparentemente consumadas.

Pero el inicio de la ola de militarismo y militarización de nuestra época podemos ubicarlo en 2001, específicamente en los días posteriores al 11 de septiembre. Se trata de un giro securitario global que condujo a la justificación de la militarización de la seguridad interna, la actualización de la estrategia romana de la guerra preventiva y el fortalecimiento de aparatos represivos en nombre de la lucha contra el terror, el narco y los países considerados como parte del “eje del mal”.

Cinco son las características principales que observo en la propagación de la lógica militar de nuestro tiempo:

I. La proliferación de conflictos y tensiones: de Siria a Ucrania, de Palestina al Sahel africano, de Yemen al Cáucaso, de Cachemira a Taiwán. En todos ellos, además de las fuerzas enfrentadas y las potencias regionales involucradas, aparecen de manera directa o indirecta las grandes potencias globales: Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea, la Federación Rusa y la República Popular China. Son malos tiempos para la diplomacia, cuya voz no se deja oír bajo el incesante fuego de la metralla.

II. El aumento sin freno del gasto militar. En el último decenio, cada año ha superado al anterior y en 2024 se alcanzó la cifra récord de 2.7 billones de dólares, una cantidad mayor al PIB nominal de Italia, la octava economía del mundo. Sólo con fines ilustrativos, si se repartiera ese dinero entre las 715 millones de personas que viven en pobreza extrema en el mundo, le tocaría a cada una alrededor de 3,750 dólares. Los países que más contribuyen a ese gasto militar son los mismos que aparecen involucrados de directa o indirectamente en los conflictos. Sólo el gasto bélico de Estados Unidos representa poco más que una tercera parte del total.

III. La militarización de zonas internacionales estratégicas y en disputa geopolítica. El Ártico, en donde Rusia refuerza su presencia militar, mientras Estados Unidos proyecta sus capacidades para ganar presencia vía Groenlandia y Canadá. África occidental y subsahariana, lugar del que potencias europeas se repliegan para ser sustituidas por Rusia y China en una lucha por recursos e influencia. Oriente Medio, con Irán, Turquía, Arabia Saudita e Israel expandiendo su fuerza militar en un contexto de caos y rivalidades cruzadas. Asia-Pacífico, de donde Estados Unidos se resiste a salir pese a la expansión china en los Mares Oriental y Meridional de China, mientras contribuye a la militarización de Taiwán. Y el espacio y ciberespacio, las nuevas fronteras militares en las que Estados Unidos, China, India y Rusia desarrollan capacidades anti-satélite mientras integran la ciberdefensa y el ciberataque a sus doctrinas militares nacionales.

IV. La entrega de la seguridad interior y las fronteras a las fuerzas armadas. Y esta realidad la podemos observar muy cerca en la frontera entre México y Estados Unidos, con un despliegue sin precedente de tropas, drones y obstáculos físicos para, supuestamente, impedir la migración y el tráfico de drogas. Europa Oriental se erige hoy como frontera entre la OTAN y Rusia, lo que la ha llevado a convertirse en una de las regiones más militarizadas del mundo. Algo similar ocurre en Cachemira, zona en disputa entre India, Pakistán y China. Desde América Latina, hasta el Sudeste asiático, pasando por África, la seguridad pública es cada vez más un asunto de ejércitos y armadas.

V. La irrupción de una cultura militarista. Frente al desgaste de las instituciones democráticas ocurre un aumento del respaldo ciudadano a las narrativas de fuerza, defensa de la soberanía a través de armas, y legitimación del intervencionismo. Además, crece la presencia de exmilitares en cargos de poder y el uso y abuso del lenguaje bélico para abordar fenómenos sociales: guerra contra las drogas, guerra contra la migración, guerra contra el crimen. La cultura militarista parece ir de la mano de una reacción machista y xenófoba que, principalmente desde los movimientos de ultraderecha, cuestiona las políticas de inclusión y respeto de la pluralidad en las sociedades.

Creer que la expansión del militarismo se da sólo como respuesta a amenazas reales es tentador, pero engañoso. Se trata en el fondo de una forma de estructurar el poder y justificar el uso de la violencia como medio de control. Las lecciones de la historia nos muestran que este camino conduce al deterioro democrático, al escalamiento de los conflictos y a la destrucción de capacidades civiles y diplomáticas. Cuando avanzan las botas militares, los zapatos civiles y democráticos retroceden. La pregunta obligada es, qué hacer como líderes de gobiernos, empresas y organizaciones.

Instituciones internacionales que promueven la paz positiva sugieren, a grandes rasgos, una serie de acciones a desarrollar como parte de la comunidad internacional, que cito y comento a continuación:

A. Reforzar mecanismos multilaterales de prevención y resolución de conflictos, bajo el auspicio de la ONU y organizaciones regionales. Desactivar focos de tensión antes de que estallen.

B. Establecer límites claros al gasto militar, con evaluaciones sobre el costo-beneficio y auditorías ciudadanas. Bajo el discurso de la seguridad se esconden muchas veces los intereses armamentistas.

C. Exigir e impulsar tratados para desmilitarizar el espacio y el ciberespacio, con la participación comprometida de las grandes potencias tecnológicas y sus empresas.

D. Demandar y proponer políticas de seguridad humana, no excluyentes, centradas en el bienestar colectivo, el desarrollo y la resiliencia social, más que en la defensa militarizada exclusivista que ve al otro, al diferente, como amenaza.

E. Restringir el rol de las fuerzas armadas en la vida civil, mediante marcos constitucionales robustos y controles institucionales claros y aplicables. A mayor poder, mayor transparencia y mayor control sobre el mismo.

F. Relanzar la actividad diplomática para colocar en el centro de las relaciones internacionales el diálogo y la negociación. Es urgente impulsar una nueva generación de diplomáticos comprometidos con la paz y la seguridad mundiales.

G. Promover una verdadera cultura de paz, desde la educación, los medios de comunicación y las redes sociales virtuales, que contrarreste la glorificación de la violencia y la normalización del abuso de poder.

Pero, creo que un buen primer comienzo sería asumir que la seguridad y la paz no se construyen con más armas, sino con justicia, diálogo y cooperación global.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.