Por Arturo González González
Las advertencias se multiplican ante lo evidente: el mundo avanza hacia la fragmentación económica. Hay quienes la llaman desglobalización. Otros, regionalización. Lo cierto es que estamos frente al surgimiento de una nueva era global, de rostro distinto al que tuvo la hiperglobalización surgida en 1980. El mundo seguirá conectado, sí, pero el nivel y profundidad de conexión es lo que está en juego hoy.
En el Informe sobre comercio mundial 2023, la directora general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Ngozi Okonjo-Iweala, advierte: “Observamos un fuerte aumento del número de medidas comerciales unilaterales. Si no se controla, esta tendencia podría acabar fragmentando la economía mundial”. El informe señala una ralentización del crecimiento del comercio entre bloques geopolíticos a raíz de la pandemia y la guerra en Ucrania, aunque la OMC no percibe aún una desglobalización imparable.
No obstante, Gita Gopinath, subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), mostró una preocupación mayor durante la sesión plenaria del 20º Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Economía, del 11 de diciembre de 2023: “La economía mundial –dijo– está al borde de una segunda Guerra Fría que podría aniquilar los avances logrados desde el colapso de la Unión Soviética”. Explicó que no es la primera vez que la globalización económica se ve amenazada; la Primera Guerra Mundial truncó la explosión de comercio internacional que se dio durante el siglo XIX. La Gran Depresión de 1929 profundizó el desplome de la globalización.
Pero para Gopinath, existen mayores semejanzas entre la época actual y la que sucedió a la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se dividió en dos bloques ideológicos, capitalista y comunista, y un tercero, menos fuerte, de países no alienados. “Este período de Guerra Fría, entre finales de la década de 1940 y finales de la década de 1980, no fue un período de desglobalización (…) fue más bien un período de fragmentación en el que consideraciones geopolíticas incidieron notablemente en los flujos comerciales y de inversión”.
Tras la caída del bloque comunista surgió la hiperglobalización que tuvo sus mejores años entre 1990 y 2005. La Gran Recesión de 2008 marca el punto de partida de una ralentización de la globalización, que se ha agudizado en los últimos siete años con la guerra comercial entre EEUU y China, la pandemia, la guerra en Ucrania y los crecientes conflictos y tensiones geopolíticas. Este escenario lleva a Gopinath a cuestionarse: “¿estamos en los albores de una Segunda Guerra Fría?”.
Y aunque observa que “la principal fuerza impulsora es similar: la rivalidad ideológica y económica entre dos superpotencias, el escenario en que se han desencadenado estas fuerzas es radicalmente distinto en varias dimensiones”. Por ejemplo, la interdependencia económica hoy es mayor que en la primera Guerra Fría, lo cual aumenta el costo de la fragmentación. Además, el alineamiento hoy en torno a los bloques es más incierto, a lo cual hay que sumar el hecho de que los potenciales países no alineados tienen un mayor peso económico que antes.
El Foro Económico Mundial también hizo eco de los peligros de la fragmentación respecto al impacto negativo que tendría en la cooperación para resolver los problemas más apremiantes. En su Informe Global de Riesgos 2024, publicado pocos días antes de la Cumbre de Davos, del 15 al 19 de enero, menciona que “una división más profunda en el escenario internacional entre múltiples polos de poder y entre el Norte y el Sur Global paralizaría los mecanismos de gobernanza internacional y desviaría la atención y los recursos de las principales potencias de los riesgos globales urgentes”.
La transformación del mundo es tal que ya comienza a hablarse de una nueva economía global. Al respecto, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, en una entrevista con el columnista David Ignatius de The Washington Post la semana pasada, aseguró que la fragmentación “ya está con nosotros”. Y citó como ejemplo un dato: en 2017 el número de restricciones comerciales fue de 500, mientras que en 2023 la cifra llegó a tres mil, es decir, seis veces más.
Georgieva apunta a dos riesgos: la fragmentación, dijo, “está frenando el crecimiento (…) tenemos el crecimiento más bajo y más débil en décadas. Y lo que vemos también es que se está produciendo un desacoplamiento tecnológico, y eso significa que los costos de lograr el progreso tecnológico van a aumentar porque no compartimos ampliamente los beneficios de los descubrimientos”.
También hizo notar un fenómeno que altera el comercio global: los problemas con los estrechos y canales, embudos del transporte marítimo internacional. Y es que actualmente la mayor parte presenta trastocamientos, como bien señala el periodista Enric Juliana Ricart: “Gibraltar: narco criminal. Bósforo: puerta de una zona de guerra (mar Negro). Suez: semiestrangulado. Bab el Mandeb: en guerra, estrangulado. Ormuz: en alerta. Malaca: bajo control. Taiwán: en alerta. (…) Panamá: falta agua”.
Pero este turbulento panorama mundial no solo conlleva riesgos, también ofrece oportunidades para algunos jugadores. Tal es el caso de México. La propia Georgieva lo dice: “Hemos visto esta relocalización de la producción, acercando algunos a donde están los consumidores. México es un país que se está beneficiando de la reubicación de las cadenas de suministro. Así que hay ganadores, pero también hay perdedores”.
El ejemplo más claro de cómo México se beneficia de la fragmentación y la regionalización de las cadenas productivas (nearshoring) lo da el hecho de que en 2023, por primera vez en dos décadas, nuestro país superó a China como principal proveedor de bienes de EEUU. La primera potencia del mundo importó de México bienes por un valor total de 476 mil millones de dólares, la cifra más alta del presente siglo, mientras que las importaciones de China bajaron hasta 427 mil millones de dólares, la peor cifra en una década.
Las causas de este cambio hay que buscarlas en la pandemia de 2020, sí, pero también en la guerra comercial iniciada por Donald Trump en 2018 y en el nuevo marco de comercio e integración económica que aporta el Tratado México-EEUU-Canadá (TMEC). Pero nuestro país no debe echar las campanas al vuelo, hay mucho trabajo por hacer.
Las evidencias y advertencias son claras: estamos en el comienzo de una nueva globalización con un acento más regional que la anterior. México y sus empresas deben prepararse para enfrentar los riesgos de la incertidumbre, inestabilidad y tensión de la época que surge, a la vez que deben fortalecer sus ventajas competitivas para aprovechar mejor las oportunidades que se abren. Un buen primer paso es atender y entender la fuerza de la transformación global y comenzar a diseñar medidas económicas y sociales que abonen a estar en una posición menos endeble.